La canción +57 no tiene la intención de denunciar algo éticamente intolerable. Por el contrario, simplemente refleja en un lenguaje poco estético un comportamiento naturalizado.
La violencia sexual contra las niñas en el contexto de la opulencia y la arrogancia del poder narco que se sintetiza en invitación al consumo de drogas, comercialización del sexo y apología de la violencia. Una mujer y varios hombres, artistas, inmersos en esa cultura que alaba sobre todo el poder económico, cantando reproducen lo que miles de niñas en barrios y suburbios sufren: la más burda y brutal cosificación e instrumentalización que las rebaja a la condición de objetos sexuales y mercancías. Sus letras dibujan un juego de seducción donde las niñas asumen un rol falsamente adulto, que revela la perversión del poder machista. El mismo poder que incita a los niños y adolescentes varones de esos entornos a imitar comportamientos violentos para adquirir reconocimiento de bandas criminales.
En este discurso, las niñas y las adolescentes simplemente responden a las expectativas de quienes detentan el poder y al hacerlo validan la imagen que aquellos han creado y difunden en sus prácticas de la mujer-trofeo, la mujer-cuerpo, la mujer-fetiche. Solo que en este caso, lo que los artistas describen en tono de complacencia se refiere a niñas que son pretendidas como adultas en pleno ejercicio de una autonomía que no existe.
La música, por su innegable resonancia y acogida entre los jóvenes, hombres y mujeres, no puede propalar este tipo de propuestas; el artista, como las empresas, tiene una responsabilidad social de la que no puede sustraerse: respetar la dignidad y los derechos humanos de las niñas y las adolescentes. Ello implica ser consciente de su influencia y cuidarse de inducir a comportamientos que podrían, incluso, constituir actos delictivos.
Fecha de publicación: 11 noviembre, 2024